domingo, 21 de noviembre de 2010

La crisis del sistema carcelario chileno y la necesidad de un cambio de paradigma.

La ex Penitenciaría de Santiago

Pedro Montt #1902 es una dirección conocida y habitual para muchas de las familias de Santiago. Y es que es imprescindible que sepan llegar al Centro de Detención Preventiva de Santiago Sur, también conocido como Penitenciaria de Santiago, si tienen algún pariente o amigo al cual deseen visitar. Obviamente no son familias acaudaladas las que concurren a estas dependencias, sino que más bien los estratos mas pobres y marginados, los que, puestos bajo la lupa sesgada de la persecución penal, se han visto sumergidos en un ambiente de contagio criminógeno pocas veces igualado en el mundo “extramuros”. La “peni” es un edificio viejo que desde 1843, alberga a la población penal de Santiago; sin embargo sigue funcionando, ahora conteniendo a las personas que cometen delitos provenientes de la zona sur de la capital, sobrepasando su máxima capacidad ideal [2500 internos] al contener una densidad real de 7300 internos aproximadamente provocando el hacinamiento obvio que la sobrepoblación trae aparejada.

En dos sentidos, y aunque suene “cliché”, es mucho más fácil entrar que salir. Por un lado, la custodia y complejidad del recinto complica cualquier posibilidad de fuga; aunque no faltan las míticas historias de escapes, realizados de las formas mas obvias, como la de Guillermo Patricio Kelly, quien en 1957 salió por la mismísima puerta de la Penitenciaria disfrazado de mujer; o la de los Frentistas que en 1992 salieron por la puerta de visitas. Por otra parte, como podemos entender, la inflación que han experimentado las sanciones mediante los embates legislativos que pretenden utilizar la legislación penal como herramienta de política gubernamental, ha provocado que, en estos momentos, personas que roban un “shampoo” en un supermercado puedan arriesgar incluso años de cumplimiento efectivo dentro de un recinto penitenciario, mientras paralelamente otro individuo que estafa por millones de dólares es obligado a firmar mensualmente sin necesidad siquiera que pise un recinto penal. Sin lugar a dudas, algo esta fallando.

Una visita común no se puede graficar con fotografías personales, puesto que los celulares, grabadoras y computadores eran retenidos en el pasillo de ingreso antes de pasar un portal magnético de poco uso. Aún así, los familiares se las ingenian para internar todo tipo de elementos tecnológicos de las formas más insólitas e invasivas. Hacia el fondo del camino, y tras cruzar el mítico candado que divide la libertad de la reclusión, se llega al patio de las palmeras. No crea Ud., que es un parque poblado de especies arbóreas; la plaza de las “palmeras” consiste en dos grandes aracáceas que habían tenido la virtud de crecer en aquel inhóspito lugar, cuestión que las había hecho dignas de dar su nombre a un sector del penal. Al avanzar en línea recta, hasta un primer sector techado en el que se encuentran oficinas administrativas (como la de estadísticas), en los costados, formados en fila, una veintena de internos esperaba yo no sé qué. Nos sabíamos extraños, sus caras nos miraban con incomodidad. A nadie le gusta que lo vayan a ver al lugar donde “vive” como si se tratara de un zoológico, por lo mismo transitábamos cabizbajos pero atentos, intentando que esta experiencia no fuese pasajera, sino que marcara un hito para el resto de nuestras vidas y en la realización de las mismas.

Tras llegar a una puerta blindada subimos por una escalerilla angosta, de piedra, hasta el lugar en que Gendarmería realizaba la guardia en altura del sector que calificaban como el mas peligroso de la Penitenciaría; el óvalo. “Este es el lugar donde confluyen las galerías” –se nos dijo-. Se trataba del patio central del recinto, el cual estaba rodeado por distintos portones con rejas que a su lado derecho tenían colocado un número. Cada número tenía como correlación un grupo de reos recluidos por delitos particulares. Estaba el sector de los “narcos”, “de los violadores”, etc., cada cual tenía su división. En el centro, dos canchas de futbol contenían el tiempo ocioso de los reclusos y mientras unos se ejercitaban otros caminaban en círculo por el óvalo. Esta disposición del patio tiene su origen en el siglo XVIII periodo en que el filósofo inglés Jeremías Bentham diseñó un recinto penitenciario modelo llamado “panóptico” [-óptico-observar; pan –a todos-], que permitía tener control efectivo de los reclusos a un menor costo.

Nuestra visión del sector era panorámica. Pudimos tener un pequeño barniz de como se desarrollaba la cultura carcelaria, en donde los “choros” dormían en pequeños grupos o incluso solos en una celda, mientras el resto de los reos se guarecían en los pasillos durmiendo en colchonetas. Aparecían, arrimados a las ventanas de las inmundas celdas, los “perkins”, quienes constituían una especie de mayordomo de los choros, lavándoles la ropa, y preparándoles mate, té o café. Estos, a su vez, en algunos casos, tenían otros “perkins” generándose una jerarquía dentro del penal. También estaban los “soldados”, aquellos míticos reos caracterizados por la TV armados de “estoques” y “espadas” confeccionadas de los elementos mas inesperados. Ante la pregunta obvia acerca de -¿Cómo es que Gendarmería no detiene esas peleas?– una respuesta sincera del funcionario nos sorprendió; -Debemos dejar que solucionen entre ellos sus problemas, o sino generamos mas problemas-, -Cuando la pelea involucra mas internos, nosotros intervenimos-. Y es que en el interior es otra sociedad la que se desarrolla, regida con escalas valorativas distintas, con códigos propios y con clases sociales preestablecidas desde el ingreso, puesto que los internos también se agrupan por comunas al entrar.
Cómo es de suponer, el personal a cargo de la rehabilitación es escaso, conformado por un asistente social, un psicólogo y un terapeuta ocupacional dependientes de Gendarmería. No tenían pleno conocimiento de la legislación penitenciaria y eran concientes de las graves falencias que trababan la reinserción de los internos. A pesar de lo anterior tenían la potestad para determinaban cuándo un interno era apto para resocializarse (esto es lo que se conoce como “hacer mérito”), eso si, ello no antes de 6 meses desde el ingreso del reo al recito penal, puesto que ese es el tiempo en que se demora “el sistema” en “elaborar” las carpetas con los documentos esenciales de cada interno. Sin duda los eventos descritos en libro “el proceso” de Franz Kafka puede extenderse a esta etapa del sistema penal, puesto que la determinación administrativa de la pena (no aquella realizada por el Juez en la sentencia, sino que la que corresponde a la Administración del Penal en base a la conducta de cada individuo dentro del establecimiento) y la implementación de las teorías positivistas de la prevención especial (que buscan evitar que la persona vuelva a cometer nuevos delitos) eran totalmente insuficientes e irracionales para la población existente, cuestión que obviamente no favorecía la reincorporación del individuo a la sociedad.

Paralelamente, dentro de los mecanismos informales de control social que existen en la sociedad, sin duda el más poderoso al interior de la cárcel es la religión y en especial pertenecer a la iglesia evangélica. Debemos reconocer que ha existido preocupación de parte de esta iglesia en la recuperación de los reclusos, los que han sido realmente marginados por la sociedad. Por lo mismo, dentro de la cultura de la peni, aquellos individuos que siguen con fervor y “con terno” el dogma evangélico, se transforman en intocables para el resto de la población penal, porque según ellos señalan que aquel reo “va caminando” con el Señor y por ende está en paz.

En este punto sin duda existirán posiciones encontradas. La religión esta haciendo el trabajo de rehabilitar hacia la convivencia social, bajo sus postulados dogmáticos, a individuos relegados de la comunidad. Si nos centramos en la idea del Estado Laico, no deberíamos permitir la gran influencia, tolerada e incentivada por la administración, de las distintas iglesias y sus símbolos, y mas bien deberíamos revertirla por medio de la educación en principios que tengan como eje central la tolerancia… Sin embargo ¿Cómo exigir en este momento a los reos que aprendan la tolerancia cuando la sociedad no ha sido tolerante con ellos y los ha castigado con un infierno? Solo la reconciliación con su conciencia, a través de la manifestación que extrapolan en un ser superior está siendo capaz de contener esta sed de vivir tranquilos. He ahí una gran falencia de nuestro sistema.

Sin embargo, en la penitenciaría existen espacios de rehabilitación, reducidos, por cierto, pero existen. De hecho pudimos observar como unos veinte reclusos recibían educación y tuvimos oportunidad de conversar con un interno, condenado a 20 años por tráfico que nos explicó que su buena conducta le permitía trabajar de mueblista y ganarse algunos pesos. Y es que las personas que están condenadas allí no se caracterizan por ser inferiores intelectualmente. Es más, grandes talentos de nuestra gente se pierden a causa de una sociedad discriminadora, poco meritocrática como la que tenemos.

Paralelamente a lo que nosotros presenciábamos, se realizaban las visitas a los internos. Pudimos ver desde el aire, a través de las cámaras del recinto, como el gimnasio del penal albergaba a las cientos de mujeres y niños que visitaban a los reos. Sectores que se asemejaban a pequeñas carpas de circo (de aproximadamente 2 x 2) dentro del gimnasio, que los reclusos llamaban “camaro” permitían el encuentro liberador y amoroso de los reclusos con sus esposas, novias o amantes. El lugar no se caracterizaba por la privacidad; los distintos camaro se encontraban casi pegados y sus paredes formadas por una delgada tela contenían la pasión o la conversación que en el interior se desarrollaba. Poco de resocialización puede tener el hacinamiento, la disputa de los espacios es inherente a nuestra especie, y este caso no es la excepción.

Entrada la tarde caminamos finalmente hacia la salida, volviendo sobre nuestros propios pasos, y teniendo en mente un cuestionamiento esencial emanado de la eficacia de los centros de reclusión. A mi juicio, no es concebible la existencia de lugares como la cárcel, y con certeza considero que nuestros descendientes nos preguntarán ¿cómo es posible que en tu época la barbarie fuese tal que a las personas que cometían delitos las “encerraran” en un sitio toda junta, apartada del resto de la sociedad sin darles posibilidad de reincorporarse? Una sociedad democrática y que aspira a ser justa no puede tolerar la existencia de estos recintos, va contra toda lo que el humanismo pretende ser. Las Ciencias en general y las Ciencias Sociales en particular deberán dar una respuesta más radical ante el embate de las políticas populistas basadas en el “sentir” social pero que no se condicen con la realidad buscando mecanismos efectivos de integración de las personas que cometen delitos.

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