miércoles, 15 de junio de 2011

La voz de los 80... y 90. [El nuevo ciudadano...]

Estos últimos 50 años hemos podido apreciar como ha cambiado el chileno y cual ha sido su actitud frente a los hechos políticos que le ha tocado vivir. Sin embargo, en los últimos treinta que lleva transcurrida nuestra tan criticada democracia, este cambio lo hemos podido contemplar de manera mucho mas clara, llegando incluso a señalar algunos que en nuestra sociedad se ha formado una manifiesta dicotomía, la que, más allá de estar caracterizada por tintes políticos o económicos, tiene como claro trasfondo un factor psicológico; el miedo.

La generación de mis padres, la del 60; sólo conoció del miedo y el conflicto; vivió “su fiesta de 15 años” en la época mas feroz del régimen del dictador (año 75 y siguientes) y comprendió que la realidad era imposible de ser modificada, que lo único que importaba era trabajar solo, sin meter “bulla” y ojalá sin ser vinculado a sectores que pudiesen dejarle sin su fuente de ingresos o peor aun, sin vida. Crecieron escuchando los relatos de una prensa altamente censurada y así mismo, dieron cabida a un nuevo ámbito para la televisión, la farándula, que como en su minuto lo fueron otras actividades, sirvió como elemento enajenador de la terrible realidad que el país vivía.

Luego, apareció el tan manoseado discurso que señalaba que los jóvenes no estaban ni ahí; frase que siempre generalizaron y respecto de la cual nunca entendieron a quienes se referían. No era a mi generación (la de los 80 –como cantara Jorge González- y 90) a quienes calzaba este epíteto, sino que a la de los 70, aquellos que vivieron sus “15 años” en dictadura o casi al final de ella (desde el año 85 al 90), y a los cuales no se fomentó, en el aula ni en la prensa, la preocupación por los problemas que estaban sufriendo. Sus conflictos y cuestiones eran solucionados desde arriba –por tecnócratas, también llamados economistas-, por lo cual, y dado el momento político que transcurría, aprehendieron que cualquier manifestación importaba un esfuerzo inútil por levantar una opinión, además de lo peligroso que pudiese resultar. Sabían que la dictadura no era buena y por lo mismo, cuando tuvieron la más mínima oportunidad pacífica de sacar al régimen, como correspondía, lo hicieron. Esta generación fue casi un triunfo para Jaime Guzmán, quien, con su ideología y Constitución por poco consiguió despolitizar la sociedad y fracturarla completamente, sin embargo, gracias a algunos jóvenes reticentes de la época, aquella finalidad no se logró.

El agotamiento de la ideología de Chicago, se ha visto suplido por el ímpetu de los gestos del ciudadano de a pié. La Generación pos-dictadura, a la que pertenezco, no conoció la represión del régimen pinochetista, no vivió el ojo de aquel huracán enorme llamado guerra fría. Sin embargo, si conoció el estándar de “lo posible”; la “vuelta de chaqueta a los principios”; las cosas “a medias” y los “pitutos”; y por lo mismo en estos momentos busca generar cambios sin considerar impedimentos y creyendo aquel discurso que señala que “la soberanía recae en el pueblo o en la gente –si a alguien le molesta aquella palabra-. Es mas, la generación pos-dictadura ha tenido la difícil misión de reencantar a sus padres y a la generación del “no estoy ni ahí” con los problemas sociales; incluir un discurso por la ciudadanía y por el valor del ser humano, en una sociedad en la que prima una mutación deforme del liberalismo –el neoliberalismo-. Nadie de mi generación podrá decir que sus padres no le dijeron alguna vez, con algo de susto; “hijo, no te metas en política en la Universidad” o “mejor no vaya a marchar”, etc.

De esta manera, resulta sencillo explicar la disociación entre la actual clase política y la ciudadanía. La gente que hoy se manifiesta, contra hidroaysén, contra la educación de la dictadura, contra la desigualdad social; a favor del matrimonio homosexual; no es el ciudadano del temor ni el ciudadano de la medida de lo posible; es el ciudadano de “las cosas deben ser mejor, y se puede”. Por ello, y a causa de que los grupos políticos no han mirado a la gente y tampoco han generado liderazgos vinculados a la ciudadanía, es que ha obligado a que la nación misma ocupe los espacios existentes –entre ellos los tecnológicos- para desenvolverse y organizarse.

De allí que las actuales manifestaciones no sean convocadas por la generación inter-dictadura del “no estoy ni ahí” a la que pertenecen muchos políticos contemporáneos; sino que la voz corresponde a la generación de la fraternidad; aquella que se ha comenzado a preocupar por la vida política y que ha entendido que lo que ocurra a sus conciudadanos y a en su entorno es también “su” responsabilidad.